Anoche discutieron.
Pero no era nada grave. Siempre tenían disputas nocturnas agrias y
reconciliaciones matutinas dulces. Recuerda la conversación que tuvieron,
somnolienta, sonriendo, mientras escucha a su marido en el baño, que canta
mientras se ducha.
“Me dices: NO. Te pregunto: ¿POR QUÉ? Me dices:
CÁLLATE. Te pregunto: ¿HASTA CUÁNDO? Me dices: NO LO SABES. Te pregunto: ¿CÓMO
LO SABES? Me dices: DESPIERTA. Te pregunto: ¿Y TÚ, ESTÁS DESPIERTO? Y
quince años así. Tú ahora me preguntas: ¿QUÉ FUE LO QUE HICIMOS MAL? No te
contesto. Dices: ¡GUAU, GUAU! Digo: ¡MIAU, MIAU!”
Él sale del baño.
Ella le oye buscando su ropa en el armario. Yace desnuda, bocabajo, su cara
sumergida en la almohada. Él se está preparando para ir a trabajar. De repente
se oye sólo silencio. Ella siente su mirada. Espera, como siempre, un beso en
la espalda, justo en el lunar en la forma de la ola del mar, el que tiene
encima de escápula izquierda.
“Te diré esto una
sola vez”, le susurra en voz baja, inclinado encimase sobre su cuerpo, “si me
engañas con otro hombre, te mataré”.
De repente siente su
mano, fuerte y pesada, encima de su cabeza, apretándola contra la almohada con
crueldad. No puede respirar. Se ahoga.
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