“Mi papá es guapo y alto como la Torre de
Eiffel. Cada día, cuando vuelve de trabajo, subo a su espalda y escupo desde
arriba como los turistas hacen en París.
Mi papá tiene ojos enormes y zarcos como dos
tazas de porcelana llenas de té verde.
Su nariz es larga y dura como si fuera de
madera. Por eso mi mamá y yo le llamamos Pinocho y le decimos que debe ser un
gran mentiroso.
Las ventanas de su nariz son gigantescas y
siempre se abren y cierran; cada noche puede oler si me he duchado o no antes
de dormir.
Mi papá es un mutante. Dice que tiene algo
que se llama labio leporino y por eso lo esconde con los bigotes largos y
afilados como las garras de nuestro gato Henry VIII.
A veces, a escondidas, mientras mamá y él
duermen abrazados, entro en su dormitorio y le levantó los bigotes para ver ese
labio leporino mutante pero él siempre se despierta antes de que lo pueda hacer
y me hace cosquillas.
Mi papa tiene las manos largas de mar a mar, como
lianas del “El libro de la selva”, con las que puede abrazar a mi mamá y a mí a
la vez, y estoy segura que también podrá a abrazar a mi hermanito, una vez que
nazca.
Sus manos son anchas y calientes y huelen
bien, como los bollos recién sacados del horno.
Cuando por la mañana vuelve del súper, viene
con dos bolsas enormes, una en cada mano, para enseñarnos que fuerte es. Creo
que él es el papá más fuerte de todas las papás de nuestra clase.
Mi papá-“
-¡Mentirosa!-gritaron las voces de las
últimas filas. –¡Sita, ella ni siquiera tiene padre!
Cerré el cuaderno, me quedé callada y me fui
a sentar me en mi asiento.
Nunca más leía a nadie nada sobre mi papá.
Pero nunca dejé de escribir sobre él.
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