La chica entró en mi cuarto del baño.
No tocó, no pidió perdón, simplemente se deslizó
con estilo por los azulejos del mar como una serpiente elegante, peligrosa.
No sabía que decirle cuando sacudió su pelo
largo y rubio, quitando el albornoz blanco.
-Hace calor-me dijo, cerrando la puerta
detrás.
Se me acercó y entró en la bañera conmigo
como si fuera suya.
Empezó a contarme todo sobre las situaciones
desagradables por las que pasaba con los tíos borrachos, libidinosos, sobre el
piso de mierda en la planta baja de nuestro edificio, lleno de cucarachas, con
paredes húmedas, sobre su casera vieja, frígida, que no le deja ducharse y
malgastar agua caliente, sobre la visión utópica que tenía sobre su futuro
matrimonio con un millonario moribundo.
Como ya seguramente podéis imaginar, yo tenía
completamente otro tipo de visión, pero cuando me acerqué a ella, deseando
tocarla, me dijo bruscamente:
-Solamente con la esponja.
Cuando terminó de bañarse con mi ayuda, se
levantó, salió de la bañera y se puso el albornoz.
-Gracias por dejarme bañar aquí-comentó
brevemente.
Entonces desapareció de la misma manera de la
que vino, flotando elegantemente por la puerta de mi cuarto del baño.
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