El Mesías está tomando unas tapas en el bar.
Lo hace lentamente, observando a cada trozo
con mucho cuidado y con mucha devoción como si fuera una hoja de Biblia.
Está lloviendo. Los automóviles pitan,
nerviosos, y los transeúntes huyen de la lluvia, diciendo palabrotas al cielo.
El Mesías esta bebiendo una caña
tranquilamente. “Es la mar de buena”, dice en voz alta, alabando la cerveza.
Otra vez está en su forma corpórea.
Lleva un bastón debajo del abrigo. Cuando lo
saque, se convertirá en la espada de fuego.
Está a punto de cumplir su promesa.
Su palabra convertirá agua en vino, va a
salvar a los que lo han merecido, una vez que abra la boca y diga el nombre de
Dios.
Ya es la hora.
Se levanta y sonríe hacia el tabernero quien
no le corresponde la sonrisa.
Sale a la lluvia, coge el bastón que se
ilumina, ya abre la boca cuando de repente se desliza y se cae, golpeando con
la cabeza a la acera.
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