Me quieres, Pablo.
Dime que me quieres.
Con ternura, como nunca me lo has dicho.
Dime que soy tu felicidad, que me vas a
cuidar, mimar, que vas a estar a mi lado siempre, leal y fiel.
Que todo va a estar bien.
Dímelo, Pablo. Dímelo en voz alta.
Que vamos a vivir cerca del mar y que podré
bañarme todas las mañanas.
Que me vas a enseñar silbar y nadar bien.
Dime que harías todo por mí.
Fregar el suelo.
Matar.
Darme un hijo.
Que vas a ser mi madre muerta y mi padre
ausente.
Que cada día te voy a encontrar alto,
esbelto, guapo y sonriente en el comedor, con la comida que has preparado para mí.
Con los cubiertos que has lavado para mí.
Me quieres, Pablo. ¡Dímelo!
Si no me lo dices, voy a sacar tus entrañas
con un cuchillo grande y afilado, y voy a observar la sangre derramada.
Entonces te quedarás solo, muerto y
maloliente, apestando en el suelo.
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